lunes, 15 de junio de 2009

Los colombianos sufrimos de amnesia.


Colombia ha vivido múltiples masacres, violencia colectiva y tras ello sufre de amnesia, olvidamos lo que sucede día a día en nuestro país, en nuestros pueblos, ciudades, departamentos o simplemente no queremos ver la realidad no queremos ver quienes son nuestros gobernantes en realidad, quienes están detrás de todo esto, por eso lo que sucede aquí queda en silencio.

Trujillo ubicado al norte del departamento del Valle, ha sido tal vez, el mayor caso de amnesia de todos los colombianos, de su vecinos pero no de sus habitantes los cuales, luchan día a día por mantener vivo el recuerdo de aquellos que murieron victimas del estado, política y narcotráfico.

La masacre ocurrida entre 1986 y 1994 fue una oleada de terror, En efecto, en Trujillo los homicidios, torturas y desapariciones forzadas produjeron el desplazamiento de habitantes de muchas veredas; la destrucción de núcleos familiares; la desarticulación de las organizaciones campesinas, y hasta la muerte por causas como "la pena moral" de numerosos sobrevivientes y sus familias. En el plano sociopolítico, la masacre cumplió los objetivos de los perpetradores: neutralización de la potencial acción colectiva de los campesinos e instauración de un verdadero contrapoder que continúa vivo aún hoy día.

Con todo esto no se puede seguir viviendo como si no hubiera pasado nada, así que sus habitantes decidieron explicar, narrar y divulgar sus traumáticas experiencias, así pretenden hacerse escuchar, dar valor a su historia y creer que por lo menos alguno de los visitantes de Trujillo, los cuales, tienen tan cerca tal horror ayuden a sacar de la impunidad un crimen el cual ni el propio estado quiere hablar.

Contar estos hechos es necesario, no solo para las propias victimas sino para la sociedad colombiana, la reconstrucción de los hechos en escenarios como este cumple muchas funciones: esclarecer los hechos y reconocer las impunidades, reconocer quienes fueron los culpables y por que el gobierno aún mantiene en silencio esta masacre y la más importante para sus habitantes y victimas la reparación en el plano simbólico.


Aún dos décadas después de dicha masacre el crimen no está resuelto, nadie paga aún por 342 muertos, y la situación en el municipio aunque un poco más estable sigue teniendo cejuelas de su pasado, encerrados en un conflicto que no les pertenece, siendo victimas de planes de narcotraficantes y del propio estado.